A donde me lleve la vida
Después de vivir medio año de altibajos, paseándome por todas las cocinas de Barcelona y alrededores, estoy logrando desatar el cabestro que tengo atado a mi cabeza, viendo un poco la luz al final del túnel, la salida está cada vez más cerca, puedo respirar un poco mejor mientras medito en algún parque.
Aunque a veces me siento presa de mis emociones, pienso en lo mucho que me gustaría quedarme en algún sitio, cuando por fin me siento a gusto con la gente que me rodea, de repente todo se acaba. Entonces pienso que tal vez sea la vida laboral que yo elegí, no lo premedité, no tengo el control.
Sin embargo, estoy trabajando en mi estabilidad, quiero encontrar la calma en medio del caos, en medio del bullicio, de platos y bandejas que se caen al suelo, de peleas imprevistas para saber quién es el más cabr@n de la cocina, de muecas en rubias de bote operadas hasta las cejas, templanza y equidad.
Llevo un largo camino recorrido, aprendiendo y desaprendiendo, corriendo de una punta de la ciudad a otra para llegar a tiempo a alguna parte, pero me siento tranqui, aún así amo esto, es mi elixir.

¿Qué sería de una cocina sin gente?
El calor de los fogones me invita a reflexionar una tarde de aquellas cuando llego al culo del mundo y me encuentro una cocina vacía, como si se hubiese acabado la fiesta y los invitados ya se hubiesen marchado.
Es mi turno y con osadía me hago un cafecito.
Me tomo el atrevimiento de entrar en el pensamiento de cada una de la gente que trabaja conmigo hombro con hombro, creo que todos vivimos una vida diferente aunque estemos haciendo la misma rutina.
Sufrimos en silencio, sonreímos escuchando a los demás a lo lejos, nos perdemos en la nada mientras miramos hacia la ventana, hay algo que nos pesa por dentro, entonces nos damos cuenta que...
Estamos en el mismo sitio, rodeados del fuego que desprende el verano y de cuchillos afilados, que como no sepamos maniobrar podríamos acabar en la mutua de los cortantes que son.
Un chef alguna vez en el tiempo me dijo: ¿Estás lista?.
Iba a comenzar un servicio importante y teníamos que ser los más rápidos del oeste.
Yo le dije: Sí, sin miedo al éxito.
Él me respondió: Sin miedo al fracaso. Oído.
Tienes que elegir entre el dolor de evolucionar, o el dolor de quedarte estancado en el mismo lugar de siempre.

Por esta travesía llamada vida laboral, debería de estar más que acostumbrada a la soledad, mi gran compañera a última hora de la tarde, cuando todo el personal se retira y por fin me siento un poco más tranquila porque ya nadie me pisará el suelo recién fregado.
El sol cae por fin y solo pienso en dejar las cosas en su sitio, que parezca un negocio y no una zona de guerra, es casi la hora, ahí es cuando más debo acelerar e ir a contra reloj, para finalizar con un ajetreado día daré el último sprint con Esa Diva de fondo.
El sudor de mi frente me indica como debo quitar cada una de las gotitas de chocolate pegadas por el suelo, primero debo llenarme con una santa paciencia que me salga desde las entrañas, donde esos minutos se vuelven eternos, pero con mucho tino lo consigo.
Chino chano, más chino que chano...
Una limpiadora es valiente y poderosa, su vida es un jardín lleno de espinas y rosas... Ok.... Debo irme ya.
En algún universo paralelo soy una diva, que se desliza por el escenario y se abre paso por los telones más importantes del mundo, como no es mi caso, apago los aires, no de grandeza si no de la tienda, cierro las luces y reviso si no queda rastro de alguna migaja.
El último tranvía no me espera, si está por pasar de todas maneras tendré que esperar como pasan los coches de línea uno detrás de otro. A esas horas se los llevan para guardarlos en las famosas cocheras. Tal vez llegue a tiempo para poder descansar sobre mis sábanas de seda.
Si no abre, no es tu puerta.
Si se cierra, no es tu puerta.
Si tienes que rogar para que te dejen entrar, no es tu puerta.
Si tienes que preguntar si es tu puerta, no es tu puerta.